Quiero un hogar sin paredes. No sé si pare huir, o para sentirme libre.

 En mi casa habían sonrisas. (¿O, eran sonrisas?) Luces, (¿Alumbraban o distraían?). Música. (¿Era realmente música?) Aplausos de fondo. ¿Eran aplausos?

Hasta que los títeres tropezaban con sus propios hilos...
Hasta que los títeres aprendieron a que acostumbrarse a ello.
Vidrios que estallan, nudillos que se rompen.
Lágrimas que se derraman en un baño que nadie limpia.

Los títeres hablan de amor. De devoción. De lealtad.
Yo me río. (Por dentro, claro).
Aprendí rápido que la verdad detrás de sus máscaras no paga cuentas ni calma heridas. Creo que por eso crecí hippie, cero pragmática. Con una sensibilidad que no me permite aguantar. La cuestión cuando creces de esta manera, es que, es como si tomaras antibiotico para evitar infecciones, y eso es de lo que siempre estas propensa... Al rato te haces inmune. Así, entonces, he crecido con más lágrimas que sonrisas, y he intentado aguantar más de lo que debería por no darle crédito suficiente a la tristeza. 

He huido un monton de veces, creyendo que los problemas estaban en las paredes de concreto, donde los cuadros colgados sostenían algún tipo de felicidad que nunca exitió. Creyendo, entonces, que si me iba, el teatro se caería solo.

Pero las grietas hablan. Cada golpe, cada mentira, cada estruendo ha llenado mi vida de huecos que nadie puede reparar. Huecos que me enseñaron a pelear, a luchar contra sombras que no saben que son sombras.

Ahora tengo 28 años y sigo sin entender lo que es una relación real. Nunca la he visto. Ni siquiera sé si podría reconocerla entre tanta farsa heredada, entre tanto acto ensayado.

Y luego está él. Tal vez real, tal vez otra máscara, y yo aquí con mis comparaciones imposibles, preguntándome si alguna vez sabré distinguir lo que duele de lo que debe doler.

Fingir que no vi. Fingir que no escuché. Fingir que no sentí.
Convertí el cansancio en arte. Convertí la resignación en un teatro propio donde, al menos, sé mis líneas.

Y sí. Supongo que eso también es vivir. Pero no me digan que es bonito.

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