Hubo magia en mi habitación.
Tus ojitos suenan a canción de cuna,
a sweet, cozy, and lovely lullaby.
En mi locura y ensueño de amor, siento que me acuesto cada noche en tus pestañas,
fantaseando con alcanzar la luna en uno de tus parpadeos nocturnos.
A veces lo logro,
y la luna se emociona, tornándose de un blanco tan brillante que me hace achinar los ojos.
A veces, no lo logro,
y la luna sólo se sonroja por mi deseo de alcanzarla.
Me dice que se siente ruborizada de sólo imaginar mi tacto.
Le respondí que así me siento yo contigo.
Y a todas estas, luego de dormir plácidamente, despierto en tu pecho.
Lugar donde descubro otra melodía que me dejó fascinada:
La prueba irrefutable de que todo esto es real,
de que sos real, de que estás vivo.
Despertar en tu pecho es querer celebrar tu vida cada día, cariño,
porque qué sería de la mía sin esos latidos.
Amor, cariño mío,
a ti —tú, como sustantivo— te cambio por "Abrigo".
Así, que se entienda lo que percibo,
lo que quiero,
y todo lo que me encanta de vos.
Estar en tus brazos es otra forma de acercarme más a Dios.
Hay una divinidad en estar —casi— ronroneando en tu pecho,
y además, cerca de tu boca: néctar de luz.
Cariño, ¿notaste cómo brillamos en la oscuridad?
Dios mío, Dios mío...
qué vergüenza con las sombras,
envidiando el espacio que les arrebatamos en el cuarto.
Le pido a tus pestañas que no dejen de sonar,
a tu corazón que no deje de latir,
y a este amor que no nos deje —o al menos no por mucho tiempo— tocar la oscuridad.
Comentarios
Publicar un comentario