Historia de terror.
Si supieras... No querrías saber.
De niña soñé que un tiburón subía a mi cama y me comía cada una de mis extremidades. Podía sentir el dolor, podía ver los tendones estirarse cuando mordía... Desde mis tobillos hasta mis muñecas.
Era gigante. ¿Cómo iba yo a luchar con un tiburón? Su piel era demasiado dura, y mis manitas... Yo era muy débil.
De pronto sólo quedaba mi cabeza en la almohada. Allí despertaba y no me podía mover.
Fue mi primera parálisis del sueño. O la que recuerdo.
De niña no sabía que los sueños tenían que ver con miedos y vivencias.
Habían 3 tiburones en casa de mi abuela. Me hacían callar... Si no callaba quedaría sólo mi cabeza en la almohada.
Y así crecí... Con miedo a los tiburones, al mar, aunque nada tenía que ver el mar.
Y ya de grande, le sigo teniendo miedo a los tiburones. De grande han habido tiburones en mi cama, he sentido que no puedo luchar contra ellos, entro en pánico, tanto que me hago la muerta. Pero ellos huelen... Huelen mi piel, huelen el miedo salir por mis poritos. Les encanta romperme en pedacitos, verme sangrar... Porque esa es la cuestión con los tiburones, no importa que les digas que son más fuertes, que les temes. Ellos disfrutan sentirlo, olerlo, verte sudar de desesperación. Morder y estirar cada una de tus extremidades, verte sangrar...
Y dejarte justamente
solo con la cabeza en la almohada.
Sola, con la cabeza en la almohada.
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