Dos cuerpos que nunca se encontraron.
¿Siquiera viste la tonalidad de mi piel, pequeño gran infeliz?
Nunca sabrás conocerme, y supongo que así se mantendrá. Porque es bastante curioso, cómo le puedes decir tus más grandes secretos a una persona, y que eso no haga la diferencia en lo absoluto. Es decir, le dije mis más grandes secretos a una persona. Estuve completamente desnuda ante alguien que... No supo verme, realmente, y les hablo muy en serio, no supo observar y no supo escuchar, y no supo hacer nada bien. Él preguntaba por qué yo le contaba eso, pero, la verdad es... La verdad es que, quizás se lo conté porque yo sabía que nada de eso le importaba realmente, quizás yo ya sabía que él no me escuchaba, ni me quería escuchar, al igual que no me vio. Él no quiso explorar mi pasado, ni mi presencia. Y sí, lo dije bien. Ni mi pasado, ni mi presencia.
Así que no, no me conoce.
Ni diciéndole todos mis secretos
ni repitiéndole mi nombre y apellido mil veces.
Él no vio las sombras alrededor de mi abdomen y en mis piernas, tampoco notó las uñas clavadas en mis muñecas. Él no vio ninguno de mis lunares, y no notó cómo mi piel se erizó tan sólo una vez.
Nadie estuvo allí, ni siquiera yo estuve allí, aunque por un momento pareciera que sí, por el dolor. Por que sí, también sentí dolor. Pero como les digo, él no lo notó, al igual que no notó que yo no era yo en ese momento.
Aunque está bien, ¿No es así? Es decir, ¿Quién me asegura a mí que él sí estuvo realmente?
La verdad es que, pienso en la gran posibilidad de que no hayamos sido sino dos cuerpos que nunca se encontraron.
La verdad es que no me conoce en absoluto.
Pero está bien, porque, es decir, yo tampoco le conozco... en lo más mínimo.
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